A veces uno piensa que acompa?ar a la persona enferma con Alzheimer es simplemente estar ah?, de alguna forma ?tolerando? la enfermedad, los cambios de la persona enferma. Pero eso no es en ning?n caso acompa?ar, es aguantar, y s?lo se puede aguantar hasta un cierto punto o momento, luego uno explotar?, se desbordar?, se derrumbar? y con nuestra p?rdida de equilibrio la persona enferma pierde su referencia frente al mundo.
Lo primero que uno tiene que entender sobre el acompa?amiento es que no se trata de uno, se trata del Otro. El protagonista es el Otro, la persona enferma. Para acompa?arla tendremos que entender lo que le sucede, no desde la palabra vac?a del diagn?stico sino desde la vivencia, desde su experiencia, desde c?mo vive la persona enferma la enfermedad, desde dentro, desde la realidad de su mundo cotidiano.
Es esencial entender las cosas que le suceden, establecer relaciones entre sus estados de ?nimo y los sucesos que los preceden. Tambi?n es necesario que reflexionemos sobre qui?n es y c?mo es esa persona sin atender s?lo a nuestra relaci?n con ella, es decir, m?s all? de pensarla como nuestra progenitor o pareja o hermano o amigo; recordar, indagar y (re)descubrir sus h?bitos, sus sue?os, sus creencias, sus ?xitos o fracasos, los deseos que ten?a. Todas esas cosas nos ayudar?n a entender al enfermo y allanar?n nuestro acompa?amiento a su lado.
Durante todo este proceso del acompa?ar, de olvidarse de uno para atender a otro, uno se encuentra ante la tesitura de verse frente a uno mismo tambi?n, de una manera al principio indirecta y luego muy directa. Ver c?mo reaccionamos ante la persona enferma; su deterioro nos enfrenta a nuestras propias reacciones, prejuicios, comportamientos. As? que, aunque al principio acompa?ar sea olvidarse de uno mismo, al cabo de un tiempo nos obligar? a mirarnos a nosotros mismos con sinceridad, a afrontar la realidad de nuestra relaci?n con el enfermo y a afrontar nuestros propios fantasmas que no tienen nada que ver con la persona enferma pero que se levantan ante las situaciones que el acompa?amiento de la persona enferma crea. El acompa?amiento tambi?n ser? una forma de conocernos, de crecer, de evolucionar, de ocuparnos de nosotros mismos todo el tiempo. Quiz? de una manera que no esper?bamos, es decir, no desde la condescendencia sino m?s bien desde la madurez serena de mirarnos para entendernos mejor, para ganar en conciencia propia.
Por ?ltimo, el acompa?amiento es compartir. Pero para compartir primero ha de estar la persona enferma reconocida al cien por cien (ella es la protagonista) y despu?s tengo que estar yo de la misma manera, ya que tambi?n soy protagonista de esta aventura. Una vez que los dos protagonistas est?n en igualdad de importancia se abre la posibilidad de compartir. Compartir no como antes, si no desde esas nuevas formas que acompa?an el paso, la capacidad, el aroma o tesitura de cada situaci?n y estado de la persona enferma. Por eso es tan importante conocerla, pensarla, observarla, recordarla, porque deberemos andar a su paso, por sus recuerdos cuando ella no los recuerde, por sus gustos cuando se hayan borrado sus huellas, para poder tomar la iniciativa sin traicionar la esencia de la persona enferma, su historia, su memoria, los rasgos que la hacen ?nica.
Acompa?ar supondr? iniciar el movimiento para que el otro pueda bailar su propio baile, el que nazca de su propia manera de moverse, de interpretar la m?sica, de mecerse en ella, el acompa?ante le servir? de apoyo sin renunciar a bailar tambi?n su propio baile, y sobre todo, consciente de compartir ese instante y disfrutarlo.
Aqu? ten?is un enlace sobre c?mo ven en otras partes lo que significa, seg?n como muchos los definen, ser cuidador.