Sobre la alimentación y el Alzheimer hay varias circunstancias importantes que deben tenerse en cuenta para detectar y remediar algunos problemas que pueden surgir a lo largo del avance de la enfermedad. Estos van de lo leve a lo más grave dependiendo del estadio en el que se encuentra el enfermo; en general, esta línea de lo leve a lo grave se suele corresponder con el avance de la enfermedad. En los inicios de la enfermedad lo más relevante quizá recaiga sobre los pequeños olvidos de la persona o sobre cómo afecta su estado de ánimo a la relación que establece con la comida o sobre sus gustos o la modificación de estos; sin embargo, según el deterioro avanza puede ser posible que aparezcan problemas de más envergadura como, por ejemplo, las dificultades para tragar o para la ingesta de líquidos o sólidos, la necesidad de plantear soluciones médicas para mantener la alimentación del enfermo por otros medios siempre que esta decisión esté en consonancia con las circunstancias en las que se encuentra la persona (quizá por ya estar cerca del final dela vida, lo adecuado sea no recurrir a estos métodos ya que sólo recrudecerán el sufrimiento del paciente en vez del alivio de su padecimiento en esas circunstancias)? o la necesidad de solventar problemas de nutrición que ayuden a mantenerlo en las mejores condiciones de salud.
En esta entrada sólo abordaremos las siguientes consideraciones básicas relacionadas con las primeras etapas de la enfermedad: la restricción sobre la dieta relacionadas con las enfermedades del enfermo, la autonomía e iniciativa que la persona tiene, los gustos de la persona y las modificaciones de estos que puedan surgir y los cambios en los hábitos alimenticios como reflejo del estado emocional de la persona enferma.
En primer lugar, hay que tener en cuenta si la persona tiene otras enfermedades crónicas, como enfermedades inflamatorias, cardíacas, si sufre diabetes, hipertensión o cualquier otra condición patológica que obligue a ciertas restricciones habituales en su dieta. Si esto es así y es sabido por la persona enferma, probablemente en los inicios de la enfermedad, la persona sigue siendo consciente y actuando conforme a estas restricciones habituales, pero habrá algún momento en el que su control sobre estas necesidades básicas de su dieta tenga fallas. En ese momento, si todavía la persona conserva un grado de autonomía y de iniciativa altos, la labor del acompañante será más bien una labor de supervisión sin interferencia a menos que sea necesaria y esa interferencia será siempre puntual. Por ejemplo, si la persona es diabética y sigue su rutina de mediciones, uso de insulina y dieta, la labor del acompañante será observar que sigue las pautas adecuadas y si ve que no lo hace entonces recordarle, sugerirle e invitarle a hacerlo.
Cuando el acompañante perciba que estas cosas que antes podía manejar antes por sí misma, o que después podía todavía manejar con una sencilla labor de supervisión por parte del acompañante, ya no puede hacerlas solo o sola, el grado de intervención del acompañante tendrá que aumentar y las labores recaerán sobre los acompañantes según va avanzando el deterioro. Lo que es importante en este aumento de la intervención de los acompañantes es que dicha intervención se haga al ritmo que marque la necesidad de la persona enferma y siempre a tenor de la necesidad objetiva de intervención mínima. Es decir, que si la persona todavía puede manejarse sola con una supervisión de que no se le ha olvidado equis no deberemos ir más allá de esa intervención mínima para no anular ni inutilizar a la persona; y de igual manera, pero en el otro extermo, si vemos que la persona necesita más ayuda no abandonarla a su suerte. Por otra parte, si a lo largo de la enfermedad surgen otras condiciones médicas que nos crean dudas sobre su alimentación podemos consultar con un nutricionista o con internista que nos pueda aconsejar de una manera más particular sobre la dieta o los complementos que la persona puede tomar. Sobre todo consultar a un internista puede ser muy necesario cuando la persona está polimedicada para evitar posibles interacciones de los fármacos que empeoren la condición general de salud de la persona o que pueda crear un problema mucho más serio.
En tercer lugar es importante intentar darle gusto. En muchas ocasiones, sobre todo cuando la elección de la dieta o de hacer la compra depende de los acompañantes, ya sea por cuestiones prácticas o logísticas, imponen sus propios gustos al enfermo, olvidando un poco, o a veces por completo, las preferencias de la persona enferma. Esto que puede parecer un capricho o interpretarse como algo superfluo adquiere otro valor si consideramos que muchas veces la enfermedad puede influir en el apetito mermándolo; o la pérdida de paladar o del gusto puede hacer menos deseable la comida o la apetencia por ella. También si la persona, por dificultades dentales o de la boca (hongos, cándidas) prefiere cierto tipo de texturas o consistencias en vez de otras. Podemos hacer un repaso de sus comidas favoritas y adaptarlas, si es preciso a las restricciones de su dieta o a la forma de presentar la comida (más líquida o más espesa, más blanda o más triturada o cortada) para que sea más apetecible y también para que sea más accesible a su capacidad motora o refleja y que pueda comer de la manera más autónoma posible. Por último, con respecto a los gustos, los acompañantes pueden prestar atención a los cambios que se produzcan en ellos; si de repente la persona vuelve a tomar un alimento que hacía tiempo que no consumía o que nunca le gustó. Puede ser que, bien por el sabor, la textura, el aspecto o la consistencia aborrezca algo que siempre consumió o que le empiece a gustar algo que nunca tomó.
En cuarto lugar, la relación de la comida puede ser un indicador del estado emocional del paciente. Por ejemplo, la persona comienza a comer más o de manera más compulsiva de lo que era costumbre para ella, podemos inducir que tal vez haya un estado previo o mantenido de ansiedad. O la pérdida de apetito puede ser también un indicar del bajo estado de ánimo de la persona. Si vemos esto podemos poner otro tipo de recursos en juego que nos permitan ayudar a la persona de manera más efectiva y adecuada y que incidan sobre el problema emocional o afectivo de base. Otra pequeña indicación para los acompañantes: cuidado con utilizar u ofrecer la comida como sustituto de otras cosas a los enfermos. Está claro que cuando se restringen ciertas facetas de la vida de una persona que le daban gusto y alegría o le producían felicidad muchas veces se recurre a la comida como fuente rápida y fácil de placer. Es maravilloso, como decíamos antes, que se intente dar el mayor gusto a la persona a través de algo tan esencial y satisfactorio como la comida, pero convertir la comida en un comodín fácil del placer no es la solución para afrontar las limitaciones que la enfermedad puede poner al disfrute de la vida o a la incapacidad de los acompañantes de generar soluciones o crear propuestas más adecuadas a la necesidad de la persona enferma. Quizá para el acompañante es más fácil poner un suculento pastel ante la persona que llevarla a dar un paseo o al cine, pero tal vez a la persona enferma le hará mucho más bien y le aportará una sensación mucho más profunda de bienestar compartir ese rato con su acompañante que engullir el dulce.
En otras entradas hablaremos de otros aspectos distintos del tema de la alimentación más cercanos a cuestiones médicas y también a cuestiones de las dificultades o angustias que puede generar en los acompañantes el tema de la alimentación.
Os dejo un enlace sobre conexiones entre alimentación y Alzheimer de la Universidad Autónoma de México por si os interesa.