Crónicas de México

Transportada

Hay est?ndares que las grandes ciudades comparten y que minimizan la sensaci?n de escasez de rumbo y coordenadas cuando todav?a no se reconocen guaridas ni ?reas, ni esquinas. Para muchos son los comedores de cadena, cierta uniformidad en el vestir y la cantidad de cualquier cosa, objetos o personas; esos empalmes comunes desgrasan los posibles extrav?os y aguan las diferencias. Para m? es el transporte. All? donde los l?mites de la ciudad dejan de ser ponderables aparece el transporte; se convierte en la mesura de mi propio movimiento, de mi capacidad de domesticar ese territorio, de incorporarlo a mi red neuronal y cin?tica.

Madrid para m? es el metro (como Par?s). Barcelona la bici (como Alemania) o el pie, quiz? el rodalies ?cercan?as? para ir a la costa. Irlanda es el autob?s y Estados Unidos es siempre autom?vil.

Ciudad de M?xico es un coche y todo lo que no es un coche. Aunque animales no he visto.

Crónicas de México

El poder invisible (Primer apunte sobre la amabilidad mexicana)

Su desahogada cortes?a me colore? hasta la insensibilidad; era demasiado pronto, de ma?ana. Antes Ciudad de M?xico s?lo hab?a sido amable. Contrarreloj de gentileza ?dos instantes de un saludo, nueve minutos de uber o media hora del men? del d?a? rematada por una encuesta sobre su trato. Camin? envuelta en su educaci?n esponjosa ?dispar a la urbanidad conciudadana o al anonimato c?vico?, desconocida para quien llega de Madrid o Barcelona. Hasta ayer. Hoy su hospitalidad es acre, m?rbida, afogarada como un mal caf?.

Alzheimer

As? suena este libro sobre el Alzheimer

Cuando comenc? a escribir los cap?tulos de las Reflexiones en el libro Manuela. Alzheimer a la luz de una luci?rnaga me acord? del libro Esto no es m?sica. Introducci?n al malestar en la cultura de masas, del (siempre interesante) fil?sofo Jos? Luis Pardo. Una cita de una canci?n de los Beatles abr?a cada cap?tulo. Las canciones pon?an a las palabras un hilo que entretej?a sus silencios con las pausas de la melod?a dej?ndome como lectora una impresi?n ac?stica que ampliaba la tonalidad entera del texto; como si, de alguna manera, a trav?s de esas canciones pudiera oler la atm?sfera afectiva que hab?a en el lugar en el que el libro fue escrito. Como si la m?sica pudiera acercarme a lo que las palabras no pod?an decir sobre su propio nacimiento o sobre el tacto de las manos que lo compusieron.

Esta fue la raz?n por la que imit? esta secuencia; jugu? a encontrar una canci?n que me contara lo que las palabras no pod?an contener, la melod?a que pudiera narrar la atm?sfera que surg?a de descubrir, intentar entender y compartir con mi madre esa vivencia concreta, ese trocito de vida vivida.

La mayor?a de los temas son de Caetano Veloso, uno de los artistas favoritos de mi madre al que descubrimos juntas en mi adolescencia; los que no son suyos son versiones suyas (no pude encontrar en Spotify la versi?n suya de «It’s Al right, ma!», as? que inclu? la original de Bob Dylan). Otros artistas brasile?os de bossa nova han puesto su voz a algunos cap?tulos que los requer?an a ellos: Tom Jobim, Chico Buarque, Vin?cius de Moraes, Mar?a Bethania… Como ver?is casi todo es bossa nova, samba y esas cosas incalificables que Veloso nos regala.

Aqu? os dejo la lista de reproducci?n del libro en Spotify.

Crónicas de México

Muerte Natural

Prevenciones, unas en tono admonitorio y otras en clave de consejo amenazante, recibe aquel que comparte su intenci?n de viajar o de instalarse en el antiguo Distrito Federal. No es que la escalada de violencia sea on?rica ni que la inseguridad abandone al reci?n llegado, pero lo que nadie comunica al forastero es que la muerte en el DF deambula de forma distinta a la esperada, es una constante de par?metros accidentales, de despistes evitables, de elementos oblicuos que se pueden sortear de soslayo. La muerte, al menos en la Cuidad de M?xico, tiene un rictus atl?tico, espiritoso, fr?volo, fortuito, eventual. No llega, por norma, al invisible ciudadano medio (ni al medio-alto) con esa violencia comprimida en el fogonazo, afilada en blanco o amordaza en el secuestro que encoje clav?cula y hombro al primer mundo; el fin aqu? es m?s profano.

Crónicas de México

Rosa M?xico

Las vi salir de la oficina mientras exploraba la segunda manzana ?cuadra? del barrio ?colonia? cerca de mi nueva casa. Inevitable. Alcanc? sus tacones irrazonables para la permanente anomal?a de una acera asaltada por la impetuosa inercia vegetal y el descuido administrativo. Compras y ropa; o? su conversaci?n ante la imposibilidad de adelantarlas. Sus palabras eran como un paseo por la ?ltima tarde de las rebajas; esa en la que uno acude por obligaci?n a la llamada del descuento anticipando que ya no encontrar? nada. Pero, a veces, uno se lleva algo puesto como si se lo hubieran pegado.

? ? s?, es que yo le andaba buscando a unos pantalones de mezclilla, as? ?sabes? rosa M?xico, que me?

Rosa M?xico, ?el rosa tiene una nacionalidad? Rosa M?jico, ?el pa?s tiene un color? Su expresi?n me visti? y me desvisti? entera; sin remedio me contempl? desnuda e ignorante.

Al rosa M?xico resulta que los espa?oles lo llamamos fucsia o magenta. Espa?a rosa no es. Fucsia lo es todav?a menos. Se me ocurre un rosa Espa?a contradictorio, rosa torero y el del orgullo gay, el de las rosaledas del jard?n bot?nico de Madrid o el del adviento. Soy incapaz de ponerle un color a mi propio pa?s, quiz? porque eso de la identidad patria siempre se me hizo ajeno. No s? si una tonalidad puede resumirlo, tampoco si es necesario que lo haga. ?Espa?a es roja y amarilla? Roja sigue la herida de una guerra. Amarilla es. Castilla en verano. Rojo clavel y geranio. Pero tambi?n es verde norte, marr?n rojizo en medio del color oliva; es ocre de casta?o y ros?ceo de cerezo en el poniente sur y azul costa de casi isla con istmo.

M?jico es rosa M?xico. Es fucsia.

En Ciudad de M?xico los taxis son magenta y blancos; al mirar por la ventana uno descubre su correlato crom?tico en las buganvillas, en las sombrillas estandarizadas por el gobierno local de los limpiabotas ?boleadores?, en cada pieza de artesan?a tra?da del sur del pa?s y expuesta en el Bazar S?bado o ?m?s extremo todav?a para el envejecido ojo peninsular? en la casa estudio del arquitecto Luis Barrag?n. Luego, si uno sale m?s afuera, la iglesia rosa de San Miguel de Allende, los mesones de Puebla; incluso la naturaleza bendice el c?digo secreto del pigmento convirtiendo las aguas al mismo color, Las Coloradas de Yucat?n, una playa entera te?ida de rosa patrio.

Yo, desvestida de par?metros culturales e ignara de su ?cromatolog?a? me pregunto si el fucsia es acaso color c?lido o uno fr?o. A ratos parece animarte a tomar un paso al frente, a envolverte en su bravura disimulada en una manta multicolor; tono estimulante, vigoroso, crecido ante las piedras o verdes mayest?ticos, enaltecido frente a la desproporci?n de la gama de pieles y de las escalas sociales. En otros momentos siento su frialdad, su distancia, su advertencia de no acercarse demasiado, tal vez una manera de advertir del peligro, una suerte de defensa nacida de un miedo anterior. Entonces uno se acerca precavido (o se aleja) como el colibr? a la flor que no conoce; puede querer tu carne sin darte n?ctar.

M?xico es rosa, es fucsia, es magenta. Rosa M?xico por decisi?n?; signo elegido de identidad, esa etiqueta que define algo en contra de otra cosa, que se alza con tanto orgullo como pavor ante una mirada ajena que desconoce tanto al enemigo como al jefe del clan. Fragancia fucsia que sobrevuela los verdes selv?ticos de una ciudad inconmensurable; magenta comestible en cualquier esquina. Rosa M?xico estampado en los andares de cualquier pantal?n, huella con la que unos zapatos desafiantes impregnan la irregularidad horizontal de un pavimento levantado sobre agua a dos mil metros de altura que intenta la conquista vertical de alg?n cielo.

  ?Este color se considera en M?xico como elemento de identidad nacional y signo de la hospitalidad y del carisma que define tal identidad. Parece que fue Ram?n Valdiosera, periodista, pintor, historietista y dise?ador, quien procur? el nombre definitivo a esta se?a de identidad. En la d?cada de 1940, tras un largo viaje de investigaci?n por el pa?s dedicado a las diferentes etnias y sus vestimentas caracter?sticas, se interes? por adaptar ciertos rasgos t?picos de la indumentaria tradicional a la moda contempor?nea de aquel momento. Esta decisi?n personal de Valdiosera de crear una moda ?ntegramente mexicana estaba en consonancia con el debate que tuvo lugar en aquellos a?os sobre la identidad nacional. La repercusi?n en los medios y el apoyo del, por entonces, candidato a la presidencia Miguel Alem?n, muy interesado en promover en el exterior la imagen de M?xico como un pa?s moderno, beneficiaron el proyecto del dise?ador que tuvo el respaldo y el benepl?cito para convertir la moda en imagen de la identidad nacional moderna del pa?s. La an?cdota cuenta que fue en 1949 en el hotel Waldorf-Astoria de Nueva York durante una presentaci?n de su colecci?n de moda en la que el color predominante fue ese ?rosa buganvilla?, cuando un periodista americano ??ante la explicaci?n de Valdiosera del uso de dicho color como la tonalidad presente en dulces, viviendas, juguetes y trajes tradicionales? lo bautiz? como Mexican Pink.
Apart

Entonces

Recuerdo a mi madre al alba y a mi padre en el crep?sculo.

Recuerdo cosas que sucedieron antes de m? pero que saturan mi sangre. El terror de mi madre cuando vio caer el ob?s sobre la suya. A mi padre el d?a de su nacimiento, cian?tico, y a la comadrona que se empe?? en devolverle el aliento.